jueves, 26 de marzo de 2009

Iquitos: experiencia inolvidable

Día esperado. Viernes 6 de febrero recuerdo que me encontraba rumbo al aeropuerto. Junto a mí una maleta y un corta viento, acompañaban uno de los viajes más emocionantes de mi vida.

El motivo principal, ver a esa personita tan importante, la cual no la veía desde hace más de seis meses: mi hermana.
La emoción y los nervios de llegar pronto a mi destino aumentaban cada minuto. Asiento 19L junto a la ventana, una revista acompañó mi hora y media de vuelo, y junto a mi aquel chico con el cual entable conversación durante todo el viaje.

Siete y treinta de la noche en punto el vuelo 381 aterrizó, las llantas se sintieron chillar, al fin me encontraba en tierra. Descendí del avión y una lluvia calurosa me recibía, me dirigí a recoger mi equipaje, estaba feliz y al fin me encontraba en Iquitos, lugar que jámas pensé que pisaría.

El clima era super tropical, el bochorno a pesar de la lluvia no era ajeno a mi cuerpo. Salí del aeropuerto y vi a mi hermana con una sonrisa de oreja a oreja al verme, un gran abrazo fue la bienvenida de mi aventura. Tomamos el popular motocarro. Dejó de llover, no dejaba de escuchar cada detalle que ella me contaba con tanto entusiasmo.
Al llegar a su departamento nos alistamos para salir, recuerdo mucho que el primer lugar que conocí, fue una cabañita en medio de la nada. Para llegar a ese ambiente debiamos cruzar un angosto y largo puente hecho de madera que estaba encima de la corriente del río, al llegar unas mesitas pequeñas a media luz alumbraban el lugar y de fondo la música que acompañaba eran full ochentas, pedimos un trago y empezamos a conversar. La noche quedo corta para todos los lugares que quería ir.
Al amanecer nos dirigimos rumbo a "Los Boras", una tribu que se encuentra en medio de toda esa vegetación característica de Iquitos y que la única vía para llegar es alquilando los famosísimos peque peque.

Al llegar unas mujeres en toples nos recibían, eran las famosas boras que cubrían solo la parte inferior de su cuerpo con ese típico traje tropical. Nos recibían adornándonos todo el cuello, cabeza y muñecas con las distintas artesanías hechas a mano que ellas mismas elaboran.

Saliendo de la tribu, nos dirigimos a "el zoológico", cabañitas de palos encima del río que albergaban a miles de especies en extinción entre ellas: la anaconda, la tortuga prehistórica, los reptíles bebe, el guacamayo. los perezosos y los distintos monitos entre ellos tití y el mono Pepe, llamado así por su dueño.

Al retornar por el río nos ganamos con el impresionante cruce de los tres ríos, el Nanay, Nauta y Amazonas. Estos tres formaban como un remolino que daba un color sucio al agua, era impresionante como la naturaleza confluía en su habitab.

Pasaron los días, conocí cada rincón que la ciudad tiene, me movilizé en moto junto con aquel chico que conocí durante mi estadía. La adrenalina que tenía al subir en ella es algo que jámas me olvidaré. Uno de los lugares que más recuerdo y que presentaba una pobreza y delincuencia extremas era Belén, ubicada a los pies del río Nanay.
La gran pregunta es cómo llegue hasta ahí.

Dentro de toda mi estadía y distintos entretenimientos, acompañaba sagradamente a mi hermana a cubrir sus notas, ya que ella labora en el periódico La Región, ese día se dio el suicido de un joven, justamente en el distrito de Belén. Es así como corrimos con cámara y micrófono en mano a filmar los hechos.

Cada día no sólo vivía una nueva aventura, sino que aprendí más sobre la carrera que ejercería próximamente y los pormenores que un periodista debe pasar para lograr cubrir un hecho, entrevistar a una autoridad y hasta conseguir imágenes que en muchos casos hieren suceptibilidades.
Todo se dio en solo diez días en los cuales fue la mejor experiencia que viví, y la cual me encantaría repetirla si fuera posible.

domingo, 15 de marzo de 2009

La Playa


Viaje imprevisto. 31 de diciembre del 2008, me encontraba rumbo al sur. Mi destino kilómetro 105 de la Panamericana.

El clima al salir de Lima estaba apagado, el sol no mostraba sus primeros rayos de luz, y mis ánimos decaían.

Durante el trayecto recuerdo que la gente no veía las horas de llegar y sentir el masaje de la arena entre los pies, y el retumbar de las olas en la orilla.

Hicimos una primera parada; lugar: un grifo por ahí. Bajamos y compramos la infaltable leña para hacer la fogata, la cual nos alumbraría por la noche en caso "muriera" una de las linternas que llevabamos en la mano. Además que nos serviría para crear el ambiente del campamento.

Continuámos el viaje, ya faltando pocos minutos para llegar, decidimos hacer nuestra última parada, para abastecernos de los distintos tragos y bebidas alcohólicas, que nos pondrían alegres en la noche de víspera para el año nuevo.

Llegamos!!, eran apróximadamente las seis de la tarde, el sol ya se ocultaba, y era la mejor vista de todo el viaje: el sunset.

Bajamos. La infaltable foto de llegada del grupo, y empezamos a colocar y armar nuestras carpas. Siete carpas en forma de media luna mirando hacia el horizonte del mar, ya reposaban en busca de paz.
La noche caía, y la luna iluminaba la playa. Todos entusiasmados improvisamos tragos, pusimos música y al compás de las olas, bailabamos alrededor de la fogata.

Las horas pasaban y ya las doce de la medianoche, se apróximaba. !Feliz Año!, gritamos todos juntos y corrimos hacia la orilla, a dar nuestro ritual de la noche, meter los pies al mar y pedir nuestro infaltable deseo.



martes, 10 de marzo de 2009

Más que un distrito



Una tarde de octubre. Me encontraba en el bus rumbo a Barranco, el tráfico llegó a aturdirme. Recuerdo que llegué al fin a las 4.45pm, “Barranco”, avisó el cobrador y bajé en la Plaza de Barranco. Al descender del micro sentí la temperatura más baja, el sol se encontraba tímido, así que cerré mi casaca, y empecé mi recorrido.

Ir a Barranco es ir a un pedazo de ciudad donde se encuentra el lado bohemio, cultural, artístico y parrandero de Lima. Decidí ir al famoso Puente de los Suspiros, el cual presenta una buena acogida de turistas, y sus extensos pasadizos te llevan hacia una inolvidable vista al mar. Su nombre deriva de los innumerables romances que ahí surgieron y que hasta la fecha más de una persona se siente atraída.
Entre su atractivo están sus variados restaurantes en donde se degustan los más exquisitos manjares de Lima, como los jugosos anticuchos y los endulzantes picarones.

Decidí entrar a comer, ya que el olor y el encanto vistoso no pudieron ser ajenos para mi estómago. Escogí una mesa y una amable señorita se acercó a tomar mi pedido: “un plato de anticuchos con su Inca Kola”, la bebida de los peruanos.
Luego de unos minutos trajo mi orden, la colocó y se retiró con una gran sonrisa. Yo comencé la comilona, al terminar pagué la cuenta y me retiré, ya con “fuerzas” para todo el trayecto.

Con cámara en mano, y una gaseosa crucé el Puente de los Suspiros, me encontré cara a cara con una antigua capilla “La Ermita”, lugar que se encontraba rodeado por una serie de aves negras, parecidas a buitres; al costado se ubica el Parque Chabuca Granda, en donde hay un pequeño monumento en agradecimiento a la famosa compositora, que tanto amo al distrito de Barranco.
Indudablemente tomé unas cuantas fotografías, y continué mi recorrido.

Empecé a bajar por aquellos pasadizos antiguos que dan la impresión de calles sin salida, y llegué al “Mirador”, gran construcción acondicionada al borde del acantilado y que presenta un magnífico paisaje hacia el mar. Lugar que personalmente considero da una especie de tranquilidad y relajamiento.
Lamentablemente recuerdo que la vista era poco nítida, pero se lograba divisar el horizonte.

Continué el camino, y decidí bajar a la Costa Verde, el mar se sentía rugir, así que llegué y me senté en las piedras y tomé el resto de gaseosa que me quedaba. El aire soplaba, respiraba tranquilidad y volví a retornar a mi punto de llegada: La Plaza de Barranco.

Mientras subía capté algunas fotografías, hasta llegar a la Biblioteca Nacional de Barranco, considerado un monumento histórico de valor excepcional. Ahí a sus alrededores se exponenían las artesanías, en puestitos acomodados a poca luz, se lograban apreciar las variadas manifestaciones de arte, entre ellas: joyas, chucherías, y pinturas.

Ya casi empezó a anochecer, y como la
noche era joven, decidí ir rumbo a conocer las distintas peñas y pubs que este distrito presenta. Me dirigí al Boulevard Sánchez Carrión, calle de mucha tradición que albergó a distintas familias, y que hoy es ideal para los noctámbulos que gustan de la diversión ya que es lugar de reunión de toda la gente barranquina los fines de semana.